Bilbao no sería nada sin el museo Guggenheim a día de hoy. Eso es lo que la mayoría de la gente piensa. Pero, para toda esa gente que lo piensa, tengo que decirles que se equivoca: el Guggenheim no lo es todo en Bilbao.
Esta ciudad vasca no era precisamente un paraíso en su momento. Durante los años ochenta era una ciudad demacrada por los conflictos sociales, la heroína y por un aspecto cenizo provocado por los Altos Hornos. Estamos hablando de cuando ETA todavía estaba en su apogeo y el País Vasco era un símbolo del terrorismo a ojos del público extranjero y nacional.
Bilbao empezó a resurgir de sus cenizas no por el museo Guggenheim sino por todo lo que se hizo antes de él: se transformó la ciudad al completo. Se sanearon las calles, se realizaron los proyectos de las líneas del metro, se trasladó la industria fuera de la ciudad… Estas y muchas otras intervenciones hicieron de la ciudad una urbe en la que se podía, al menos, vivir. El Gobierno Vasco supo cómo tenía que intervenir para dejar la ciudad acicalada para el nuevo museo y vaya si lo consiguieron.
Después se construyó el museo y ya no hacía falta más. Todos lo conocemos: un enorme museo recubierto de titanio que se eleva como un barco desde la perspectiva del río y como si fuera una flor desde vista de pájaro. De esta manera el museo se convertía en el centro de atención y desviaba la vista de todas las demás magníficas intervenciones que apoyaban la ciudad.
Todo esto confluyó de la manera adecuada y trajo oleadas de gente hacia Bilbao. Por ejemplo en 2013 contribuyó a generar 273,8 millones de euros al PIB según los cálculos del museo y que se describe en el diario El País.
El problema aquí es la mala interpretación del Efecto Guggenheim, descrito por Iñaki Esteban en su libro “El Efecto Guggenheim: del espacio basura al ornamento”. En España y otros países entendieron que con poner un museo era suficiente. Con poner algo grande y llamativo era lo mejor para revitalizar una ciudad.
De esta manera se intentó emular sin éxito en otras ciudades como, por ejemplo, la Ciudad de la Cultura de Galicia diseñada por Peter Eisenman u otras intervenciones en ciudades europeas como Glasgow o Varsovia. El malentendido de cómo se produjo este fenómeno impulsó a otras ciudades a crear grandes hitos en su ciudad para fomentar el turismo sin contar que la mejor manera de atraer al turismo es mejorar las condiciones de los habitantes.
Otro día ahondaremos en cómo se han hecho otros edificios en otras ciudades en los que se gastaron millones y finalmente no sirvieron para nada. Nos referimos a los llamados Elefantes Blancos de la arquitectura.
La cuestión es que el Efecto Guggenheim fue un hito, algo único, resultado de un estudio exhaustivo de la ciudad de Bilbao y de cómo adecuar una urbe a un monumento. Se puede replicar, pero no seamos tan inocentes como para creer que con poner algo extravagante en medio de la nada la gente nos va a venir a visitar.