Imaginad una ciudad en la que la luz no entra a tu casa, vives en un espacio más pequeño que el aparcamiento de un coche, convives en un espacio regido por la mafia y colmado de negocios completamente ilegales. Vives en un hormiguero humano, dentro de un laberinto de pasillos y viviendas donde se respira un ambiente abotargado e invadido por cables eléctricos y cañerías de manera desordenada. Si tienes la suerte de vivir en un piso superior puede que tengas la casa “limpia”, si vives abajo estarás hasta arriba de cucarachas y ratas. Antes de ir a trabajar en uno de los muchos dentistas ilegales seguramente te cruzarás con algún miembro de la yakuza, pasarás cerca de un casino y pararás a comprar un pincho de carne de perro a la brasa.
Hace 30 años esto era una realidad en la ciudad de Kowloon, también llamada “La ciudad de la oscuridad” o “Hak Nam” en chino. Una ciudad que creció aprovechándose de un vacío legal propiciado por el devenir de una guerra y el abandono por parte de una nación.
Kowloon nació durante la dinastía Song (960 a 1279) en la que se creó una pequeña base de 2,6 hectáreas como puesto de vigilancia para evitar que los piratas hicieran mella en el comercio de la sal. Mucho tiempo después, tras las conocidas como Guerras del Opio, en 1842 se cedieron los territorios de Hong Kong y posteriormente Kowloon en 1860. Más adelante Kowloon quedaría como un territorio todavía del Reino Unido, funcionando como una especie de Gibraltar al lado de Hong Kong, pero con una particularidad: sin supervisión por parte de nadie. Un paraíso para aquellos que querían vivir libres de impuestos y de cualquier regulación existente. Nada que envidiar a cualquier relato punk que exista.
Todo esto sumado no hizo más que atraer a contrabandistas, traficantes, bandas callejeras a invadir este espacio para convertirlo en una ciudad sin ley. Poco a poco pasó de ser una ciudad de 700 habitantes a ser el sitio con la mayor densidad de población del planeta: 1,9 millones de habitante por kilómetro cuadrado. Kowloon poseía 50.000 habitantes y su configuración era la de un edificio compacto que se encontraba en transformación constante en su interior. Los pasillos de esta urbe no tenían más de un metro de ancho y estaba poblado de negocios ilegales.
Uno de los negocios más populares era el de dentista, mucho más asequible que en Hong Kong ya que al no haber reglamentos de por medio no pagaban por sus licencias ni por mantener higiénico el instrumental. Otros negocios conocidos eran los fumaderos de opio, los prostíbulos, los vendedores ambulantes de carne de perro… La mafia y los casinos también inundaban este lugar al margen de la ley.
A día de hoy no se puede visitar porque fue demolida hace ya casi 30 años. En 1987, Margaret Tatcher firmó la soberanía de Hong Kong a la China comunista. Desde 1988 a 1992 se fue desalojando poco a poco la ciudad con el fin de demolerla posteriormente. A sabiendas de que se iba a destruir completamente se fue vaciando poco a poco. Eso sí, aquellas personas que quisieron quedarse hasta el final fueron echados a golpe de porra de policía cuando 150 agentes fueron mandados a “limpiar” lo que quedaba dentro.
Después de su destrucción se construyó un parque de estilo chino en el que a día de hoy hay una maqueta a escala de cómo era esta urbe antes de su derribo.